miércoles, 13 de junio de 2007

EDITORIAL BARUYERA 3(DICIEMBRE DE 2007)

EL MUNDO, UN ENORME CLÓSET DE COSAS QUE NO VIENEN AL CASO A veces pareciera que se hace culto de la salida, que se la considera una suerte de paso iniciático, que tal vez se le de una importancia mayor de la que realmente tiene. Que lo sepan tus amigxs, tus parientes, que vos mismx puedas admitirlo sin «peros» ni resignaciones… ¿qué significa? Significar, significar… ¿qué significado tiene esto para cada persona involucradx? ¿qué sentido tiene para la sociedad en la que habitamos…? «Pareciera que se hace culto de la salida» es una afirmación fácil y efectista, de ribetes un poco despreciativos. Se la atribuyo a la «enana fascista» que mora dentro de mí y cada tanto se despierta y hace berrinche (esto ocurre cuando yo estoy remolona y conformista. Sus rezongos inmediatamente me sacan de ese estado. Sin duda y para mi fortuna, ella es su peor enemiga). Ahora me pregunto si tiene algún sentido esa especie de nihilismo berreta en el que nada tiene valor, el pensar que salir del clóset no reviste importancia alguna, que la decisión no merece aplauso o admiración ni su protagonista, «culto»; que el proceso, el después, el antes y el durante no requieren de todxs o casi todxs consideración, valoración y compromiso. En el fanzine que publicamos en noviembre1, Jose (compañera de aventuras baruyeras y amiga) escribió que la mentada salida «es, para la mayoría, comparable a hacer bungee jumping... con una cuerda de la que se sospecha que se va a romper cuando lleguemos al final de la caída. Salir del clóset no es poca cosa; los riesgos son reales y hay que juntar coraje para encarar a nuestros seres queridos cuando es posible que se comporten como si nos hubiéramos convertido en asesinxs de ancianxs o cosa parecida. (...) Que te asuman hetero hasta que demuestres lo contrario no es una simple confusión; te obliga a dar explicaciones». El clóset es una construcción conceptual más entre tantas que sirven para encontrarse «adentro» o «afuera» en este mundo. Como todos los conceptos que la sociedad, la imaginación y el lenguaje permiten -y que son por ello felizmente móviles, transitorios, deformables aunque muchas veces se intente anquilosarlos imponiendo la idea de que aluden a «entidades» firmes y permanentes-, puede servir de punto de inflexión o de anclaje, puede no servir en absoluto, puede servir de base, de bisagra o de ventana para otras construcciones, puede también servir de techo o de pared opaca o traslúcida, pero impenetrable. La cuestión no es estar o no todavía guardadx en el ropero de la sexualidad ante una porción más o menos grande, más o menos significativa del mundo social de cada cual. La cuestión y el problema, EL PROBLEMA (en realidad: «una» cuestión, «un» problema), es cómo estar y transitar cada día en un mundo discriminatorio, cuántas puertas hay que hacer astillas para que el mundo (y cada unx como parte del mundo) en cualquiera de sus pequeños recortes deje de ser tan hostil, de una hostilidad que afecta posiblemente a la mayoría de sus habitantxs, aunque se deposite con más facundia y virulencia, sobre quienes están un tanto alejadxs de la «normalidad » por decisión propia o por fatalidad (es decir, limitación) de los discursos que revisten y encorsetan (a las personas y a las cosas) tanto como comunican y entorpecen. Escena 2. Conversando entre nosotras (por chat, donde los intercambios difícilmente tengan la calidad argumentativa de la que Una se cree Capaz2), Flor (otra amiga y compañera) comentó que ella prefiere pensar en una serie de mamushkas que en el conocido recinto rectangular3 que da resguardo generoso y protector a las fobias que han precipitado4 sobre nosotrxs, pero que depone su discreción con pareja generosidad con un simple batir de puertas. Es cierto, hay roperos, placares, armarios (clósets al fin) sofisticados y que ofrecen cajones, puertas corredizas, a veces hasta una caja fuerte oculta y otros vericuetos para fortalecer la discreción o cobijar los temores, no siempre infundados. Pero sea como sea, la idea del ropero remite a algo simple, ¿o no?, y este es un punto a cuestionar. El texto de Jose aporta, nuevamente, claves claras: «Así, resulta que salir del clóset es, en realidad, agrandar el clóset. Hacer un poco más amplio nuestro encierro a fuerza de visibilidad de pequeñas acciones cotidianas para reivindicar como derecho lo que lxs demás, en su autoproclamada condición de «normales», dan por sentado para sí mismxs.» Las mamushkas de Flor refuerzan esta idea y la extienden. Agrandar el clóset hasta el límite infinito del universo respirable o abrir muñequitas (¡huecas!, salvo la última) hasta lo infinitésimo (o infinitamente pequeño) parecen dos direcciones opuestas (pero con el mismo sentido) que convergen en un «grueso» punto: opresión, malestar… La sociedad y la cultura (¿matrimonio contra natura?) son pésimas anfitrionas que invitan a sus huéspedxs un mundo en el casi nadie se siente capaz de elegir qué quiere, ni cuándo, ni cómo. La visibilidad es una maquinaria útil, pero incompleta, porque el mundo es un enorme clóset de cosas «que no vienen al caso» en contubernio con unas mamushkas insaciables de presuposiciones y sobreentendidos. Superar un obstáculo y encontrarse con otro que prácticamente lo replica - internándose así en un universo fractal- no es una fatalidad diseñada para algunas minorías, sino lo propio del lugar que habitamos. Las categorías de hombre/mujer, hetero/homo, activo/ pasivo, amor/sexo y tantas otras -siempre duales, precisas y cartesianas- aún dominan el lenguaje y el pensamiento de la gran mayoría de los «seres parlantes»5 (humanxs) el enorme, repetido e infinito encierro ontológico que separa a los «seres deseantes» del ejercicio de su libertad.

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