sábado, 12 de junio de 2010

seguimos de súper acción - baruyera hablando de sí misma en el CESCOM 2010

¿CESCOM? Es el congreso de estudiantes de comunicación que se realiza en tucumán. ahí estuvo una baruya, la que esto publica, invitada cariñosamente por las compas de Cruzadas, y con la buena onda de lxs organizadores del congreso... ¡muchas gracias!
el texto que leí es una versión apenas retocada del artículo que expusimos en las jornadas atem del año 2008 y apareció en la revista brujas del mismo año. Esta versión va sin las "notas al pie" que incluyen comentarios y bibliografía citada porque algún inconveniente técnico me lo impide. ¡paciencia!



el link para bajar el artículo en pdf, si no tenés ganas de leerlo in situ: http://www.scribd.com/doc/32606371/representaciones-lesbicas-en-un-contexto-hetero-apuntes-para-romper-paradigmas


SIN TÍTULO (2008) – imágenes plásticas para un imaginario otro sobre las “lesbianas” *
Verónica Marzano y Sonia Gonorazky
Palabras clave: jornadas ATEM, representaciones de lesbianas, feminismo, revista Baruyera

INTRODUCCIÓN: MARCO CONCEPTUAL


En la actualidad en muchos espacios que se auto-reconocen críticos, casi resulta “políticamente incorrecto” (noten las comillas, sobre las que podríamos charlar) recurrir a argumentos biologicistas para dar cuenta de los cuerpos, sus usos, sus contextos y sus transformaciones históricas. Asimismo es innegable el peso político que el control estatal ha tenido a lo largo de toda la historia sobre las corporalidades. Tecnología, ciencia, medios de comunicación, medicina, religión, política, economía, ley, educación, etc. constituyen dispositivos de disciplinamiento e intervención (bio)políticos que reducen, catalogan, jerarquizan y distribuyen los infinitamente variados cuerpos sobre los distintos sistemas de poder imponiéndoles arbitrarias categorías de sexo/género/edad/etnia/clase/sexualidad/etc.


A partir de una propuesta que conocimos en el Manifiesto Contrasexual de Beatriz Preciado, desechamos el concepto de “cuerpos sexuados” según la dicotomía estricta hombres y mujeres y preferimos el de “cuerpos parlantes” que reconocen para sí y para los demás cuerpos parlantes “la posibilidad de acceder a todas las prácticas significantes, así como a todas las posiciones de enunciación (...) que la historia ha determinado como masculinas, femeninas o perversas. Por tanto renuncian no solo a una identidad sexual cerrada y determinada naturalmente, sino también a los beneficios que podrían obtener de una naturalización de los efectos sociales, económicos y jurídicos de sus prácticas significantes.”


Los bio-tecno-cuerpos parlantes devienen sujetos que reciben mayores dosis de violencia cuanto más lejos se ubiquen (o sean ubicados) del centro del poder “biopolítico” (Foucault) o “fármacopornocapitalista” (Preciado).


Las coordenadas cartesianas en que se ubican los cuerpos parlantes en el mapa social son producidas, transmitidas e incorporadas performáticamente a través de su enunciación, reiteración e identificación.
Investigando “en la web”, -donde a veces por casualidad se encuentran maravillas- llegamos hasta un didáctico texto de David Córdoba , quien señala que la constitución de “la identidad sexual” ha sido analizada desde la perspectiva constructivista siguiendo dos grandes modelos históricos:

El esencialismo sociológico que, desde una concepción funcionalista produce identidades perfectamente adaptadas a la matriz heteropatriarcal, dibujando (y recortando) una norma capaz de totalizar la red de relaciones de poder y dar un sentido definitivo a todos sus elementos. Este procedimiento logra generar una efectiva estructura de poder/dominación sin resistencia posible.

El segundo modelo histórico constructivista es el voluntarismo subjetivista que reintroduce una subjetividad fundante y autónoma que puede producir tanto un sujeto exterior al género capaz de decidir qué género actúa, como un sujeto que decide eludir la interpelación social por la que se le asigna una identidad sexual.


Desde este enfoque la subjetividad resulta anterior a las relaciones de poder, de modo que permite articular una acción política plenamente autónoma, carente de ambigüedades en sus efectos. Para Córdoba estas dos posturas tradicionales no dan cuenta de la complejidad de los procesos de constitución de identidades en el marco de una sociedad de control, objetivo que sí lograrían, al menos en los discursos políticos, las producciones queer.


El análisis performativo de las identidades toma como marco para la conformación del sujeto sexuado/sexual el supuesto althusseriano de que la interpelación de la ley produce un sujeto y crea la ficción de su existencia “ya-desde siempre . El acto performativo que hace efectivo el discurso del poder que interpela, carece de un sujeto anterior que lo actúe al tiempo que excede la adaptación al medio. Esta dualidad entre carencia y excesopermite que la perfomance pueda ser recontextualizada y resignificada continuamente.


Con todo este bagaje en nuestras mochilas-para-pensar, entendemos “las identidades” como ficciones útiles para legitimar los dispositivos de dominación que fueron implantadas trabajosamente pero con notable éxito sobre los cuerpos desde la hegemonía. Pero, afortunadamente, siempre pasibles de ser reapropiadas con usos y significados contrahegemónicos. Esto nos permite seguir usando las palabras conocidas, “usar las armas del enemigo” creativamente.



NUDO: NOMBRARSE PARA DECIRSE/TE/LES

Somos conscientes de que no es posible escribir sobre las imágenes lésbicas disponibles sin pensar en la precariedad de nuestro parecer y el recorte que podemos hacer del “cuerpo lesbiano” según nuestra cosmovisión del mundo delimitada por nuestras creencias, valores, contextos, lecturas, prácticas y experiencias de vida. No prescribimos, juzgamos ni impugnamos ninguna imagen. En cambio intentamos un análisis crítico convincente sobre el uso de “ciertos cuerpos lesbianos” por parte de la hegemonía.


Proponemos una reflexión, una invitación a pensar las dinámicas de creación y circulación de las imágenes y representaciones de lesbianas producidas en un marco heteronormado y a despejar la relaciones entre tales producciones y las políticas públicas de las identidades. Para ello, partimos de nuestra propia experiencia como parte de una colectiva editorial.


Cuando a principios de 2007 comenzamos a imaginar el proyecto del que surgió “Baruyera, una tromba lesbiana feminista”, debatimos intensamente respecto al nombre que daríamos a la revista. El proceso más interesante fue el de decidir cuáles serían los términos que enmarcarían su aparición, dejando claro ya desde la tapa de la revista nuestro marco ideológico/político. El feminismo era y sigue siendo para nosotras una guía indispensable para explorar el mundo y sin dudarlo acordamos exhibir la palabra “feminista” como identificación.


Las dudas y los debates surgieron respecto a nombrarnos “una tromba lesbiana”. Nos preguntábamos si esta “lesbiandad” impresa en letras de molde no anclaría el proyecto a una identidad sexual subsumida en las categorías operativas de la cultura dominante. Nos preguntábamos qué significa “ser lesbiana” en términos políticos, qué podría diferenciarnos del feminismo a secas. ¿Para qué necesitábamos explicitar algo que en la práctica era y es una obviedad (aunque solamente para quien quiere y puede notarlo): que somos “lesbianas”? ¿Qué estaríamos diciendo cuando dijéramos lesbiana? ¿Eso era una salida del closet? Y si lo fuera, ¿del closet de quién?


Es un hecho que las “lesbianas” resultamos excluidas del sistema por la violencia patriarcal También tenemos la experiencia común de sufrir la lesbofobia (así como algunos coletazos de homo y transfobia). Pero, ¿queríamos visibilizar un conjunto de opresiones, reconocer y recortar las características de un grupo vulnerable? ¿Nombrarse lesbiana sería una denuncia o una amenaza? ¿Mostrarse visible serviría como praxis contrahegemónica efectiva?


Reconociendo que las identidades se conforman sobre la base de la exclusión, sabíamos del riesgo de que nuestra propia irrupción llenara de contenido un concepto vacío, que nos dejara atrapadas en las construcciones monolíticas de la identidad moderna. Pero también sabíamos que una “marca”, un “nombre” contundente trazaría una barrera entre los significados presentes y futuros del adjetivo “lesbiana” y todo lo que esa palabra no volvería a decirnos en adelante.


“Si al hacer visible la identidad lesbiana se presupone un conjunto de exclusiones, tal vez parte de lo que necesariamente es excluido sean los usos futuros del signo. Hay una necesidad política para usar algún signo ahora y lo hacemos, pero ¿cómo usarlo de forma tal que sus futuras significaciones no estén excluidas? Al reconocer el carácter estratégicamente provisional del signo, esa identidad puede convertirse en un sitio de impugnación y revisión asumiendo un conjunto futuro de significaciones que quizás no podemos prever quienes la usamos ahora”, escribe Judith Butler en alguna parte.


Pensando el lesbianismo como un espacio de precariedad y contingencia, nos apropiamos del concepto como de un espacio de referencia de y en tránsito. Definimos para nosotras “lesbiana” como una forma radical del ejercicio de la autonomía de los cuerpos parlantes que rompe con la coherencia heteropatriarcal que postula que existen dos y sólo dos sexos y dos y sólo dos géneros y que asigna a cada sexo, unívocamente, un género, una práctica sexual, un deseo y un discurso posible. Todo este aparataje conceptual no constituye anclaje alguno, ya que entendemos “lesbiana” como un signo resignificable desde múltiples espacios discursivos de los que se puede salir y volver a entrar, un signo que también se puede desechar cuando deje de resultar útil o divertido.



LESBIANAS: IMÁGENES E IDEARIO

En este marco conceptual que reniega de la posibilidad de ofrecer descripciónes totalizantes/totalizadoras, nos centramos en tres cuestiones principales, pero no únicas, para pensar el significante “lesbiana”:

i) las maneras de analizar críticamente la producción y circulación de imágenes;
ii) la posibilidad de caracterizar y reconocer (identificar) las representaciones estereotipadas de lesbianas que aparecen en los distintos campos de la comunicación y el conocimiento;
iii) la factibilidad de tipificar de algún modo esos estereotipos para darles una inteligibilidad crítica.


¿Es posible atribuir a la estereotipia características de verdadera o falsa? O, dicho de otro modo, ¿cuáles son las “versiones” de gays y lesbianas que deberían hacerse públicamente visibles sin obstruir ninguna de estas cuestiones? Sin tener una respuesta definitiva, una pista podría ser pensar en las representaciones que recurran a dibujos y trazos que, sin ser del todo nítidos ni del todo borrosos, delineen una comprensión política de las construcciones polimorfas y políglotas de las multitudes.


Gayle Rubin rastrea en el pensamiento occidental cinco presupuestos básicos sobre los que se edifican los conceptos de sexo y sexualidad:

1- Esencialismo sexual: el sexo es inscripto en el territorio de lo biológico y entendido como un producto hormonal o psíquico.
2- Sexo como fuerza negativa: el sexo será siempre impugnable excepto que esté mediatizado por fines socialmente relevantes como la reproducción o el amor, pero nunca en términos únicamente de placer.
3- Falacia de la escala extraviada: la posibilidad de pensar toda sexualidad o práctica sexual no hegemónica como “un caso especial” que lleva a la psicologización o penalización moral o jurídica de las conductas sexuales disidentes por considerarlas desviadas.
4- Sistema jerárquico de valoración sexual: la definición de jerarquías de las relaciones sexuales deriva en privilegios y reconocimiento para quienes están en los niveles superiores de la pirámide y penalización, persecución o invisibilidad para quienes están en su base.
En la cima de la pirámide están los sujetos heterosexuales, monógamos, reproductivos, casados, un poco más abajo los heterosexuales reproductivos monógamos en pareja, abajo todos los demás heterosexuales. Estos primeros cuatro compartimentos de la pirámide son los que gozan de las leyes y reconocimientos públicos. Justo debajo se encuentran los gays y lesbianas en pareja monogámica que dan batalla por ascender a los estándares de reconocimiento (matrimonio, unión civil, etc). Y en la base de la pirámide las lesbianas y gays disidentes junto a las demás sexualidades no hegemónicas.
5– Ausencia de variedad sexual benigna: existe una sexualidad verdadera o benigna que sería el centro y una cantidad de sexualidades “diversas” que se ubicarían en la periferia de la sexualidad.
Estas cinco ideas-fuerza acerca del sexo y la sexualidad que estructuran el pensamiento occidental moderno nos proporcionan un adecuado marco general para discutir los estereotipos “de la sexualidad” que siguen vigentes en los distintos campos del saber/poder: la educación, el estado, la medicina, la ley, la ciencia, y también en los medios de comunicación, el cine y la pornografía.
Consideramos que ninguna de las producciones culturales y sociopolíticas estatales que incorporan, describen o recortan el sexo o la sexualidad escapan del marco referencial descrito por Rubin, incluido el lesbianismo que, no accidentalmente, ha sido tratado de manera diferencial respecto de cualquier otra forma no heterosexual.
Los varones homosexuales han sido abiertamente perseguidos durante siglos (hoy en día, siguen siéndolo, aunque las estrategias -en algunos ámbitos- más sutiles) porque resultan la desviación dentro del grupo sujetos que detentan el poder de la “normalidad”. El lesbianismo en cambio, ha atravesado un intenso proceso de borramiento del imaginario social que incluye tanto desaparición física como simbólica. Judith Butler dice: “el lesbianismo no ha sido explícitamente prohibido porque no se ha dado a conocer en lo pensable, en lo imaginable, esa red de inteligibilidad cultural que regula lo real y lo que puede ser nombrado”.


Esta ininteligibilidad de la existencia lesbiana se debe, en parte, a que la disidencia sexual de las mujeres aparece como desviación, pero a diferencia del sujeto gay el corrimiento aquí no es desplazamiento de lo hegemónico sino de lo subalterno: las mujeres. Gayatri Spivak describe la subalternidad como “un guión entre dos espacios”, un lugar pensado desde el poder como “sin voz”. “La falla” de ese silencio resulta por lo tanto prácticamente completamente imposible de enunciar.


Reconocer la existencia del lesbianismo significa (aún hoy) poner en jaque la construcción monolítica de los géneros ya que la lesbiandad desbarata el mito de la pasividad sexual de las mujeres, su falta de iniciativa y autonomía. Romper con el lugar victimizante.


En este sentido, Dolores Juliano y Raquel Osborne se preguntan: “¿Por qué no se ha seguido con las lesbianas las mismas estrategias de estigmatizar y perseguir, y se ha preferido ignorarlas, negarlas y banalizar su sexualidad? Y se responden “en primer lugar porque el nivel de cuestionamiento de los roles de género que implica el lesbianismo es mayor, ya que las lesbianas no se limitan a realizar prácticas permitidas en condiciones no aprobadas sino que subvierten totalmente lo que se espera que sean las opciones de las mujeres. Además el cuestionamiento lo hacen en las dos vertientes: en términos de conductas de género y en términos de opción sexual, donde generan un ámbito autónomo fuera del control masculino.”


Es sabido que las representaciones son espacios de disputa política y cultural. Lo representado o visibilizado no es nunca neutral sino que conlleva una carga ideológica y pedagógica que crea y describe modelos de conducta, acción y comportamiento. El texto o la imagen disponibles traen consigo no solo aquello que hacen visible sino también lo que ocultan.


Conocimiento e ignorancia, visibilización e invisibilidad, tienen una ineludible relación política que se inscribe en un determinado territorio simbólico sobre el cual operan quienes tienen el poder de representar. Entender quién detenta ese poder es central para poder entender qué es lo que estamos viendo y qué es todo lo que no estamos viendo en cada imagen.


Naomi Klein en ”no-logo” dice que “los medios reconocen en algunos grupos identitarios nuevos yacimientos del mercado, de forma que dirigen su mirada hacia aquellos colectivos anteriormente ignorados como han sido los no heterosexuales, no occidentales, no católicos, etc.”.


Las imágenes y representaciones de lesbianas, a las que tenemos acceso en los medios de comunicación responden a un modelo pedagógico de producción de “normalidad” como una estrategia mercado/política y no son producto del reconocimiento de la disidencia sexual. Pero esto solo es posible con la connivencia y complicidad de cierto sector de la política.


El pasmoso crecimiento local de la oferta gay friendly, que intenta recrear un ambiente de “normalidad” para que los usuarios/las usuarias no heterosexuales se sientan a resguardo de las miradas indiscretas y las agresiones explícitas, son un ejemplo de esta trama de complicidades y pedagogías. Un mercado de la opresión y la violencia festejado y alentado por grupos políticos que ven en estos nichos un avance hacia “la igualdad”.


Respecto de los medios de comunicación logramos distinguir tres caracerísticas que atraviesan las representaciones de lesbianas: a) una construcción monofocal , ahistórica, no situacional y homogénea del lesbianismo; b) una instancia de representación que se ancla en la idea de que las disidencias sexuales son mera imitación o copia del legítimo original heteropatriarcal; c) la idea del lesbianismo como ícono de la liberación femenina.


a) Representación monofocal:
La necesidad mediática de cristalizar la identidad lesbiana anula cualquier interseccionalidad de identidades. Lesbianas migrantes, discapacitadas, afrodescendientes, pobres no aparecen narradas (o muy poco), creando la ficción de que la lesbiana por antonomasia es blanca, clase media, muy femenina o muy masculina y asociadas a la reproducción del modelo heterosexual. Por otra parte existe una tendencia a presentar las historias, situaciones y conflictos lesbianos con y en el mundo público en forma ahistórica, no situada y homogénea. Es muy común encontrar notas periodísticas que fuerzan paralelismos con el primer mundo o sociedades no occidentales y la situación local, como si “el ser lesbiana” fuera una “condición universal”. (Esto mismo podríamos decir que sucede dentro de nuestro país entre ciudades grandes o capitales y ciudades pequeñas)


b) Representaciones del lesbianismo como copia o calco de un original: la heterosexualidad
La heterosexualidad funciona en el imaginario social como el original y fundamento de toda la sexualidad, que se constituye a través de procesos de imitación performática de sí misma que resultan en la naturalización de los géneros heterosexuales mientras que las demás expresiones sexuales aparecen como imitaciones nefastas o escorias de aquélla. La heterosexualidad queda políticamente instalada en el lugar de “original”, un incunable que no existe ni material ni simbólicamente, ya que él mismo (o ella misma) no deviene sino en el proceso de imitación de sí mismo.


La divisoria entre homosexualidad patologizada y heterosexualidad normalizada es resultado de procesos históricos puntuales. Hoy en día, aunque algunos de los gestos políticos resulten ambiguos para algunas miradas tal vez ingenuas, esta división es defendida con uñas y dientes (así como con ingentes cantidades de dinero) por quienes detentan el poder de decisión y legislación, que es nada menos que el poder de dar existencia y reconocimiento sociales.


Este falso original heterosexual asume explícitamente presupuestos básicos como la monogamia, las uniones de dos, el amor, la reproducción a cargo de las mujeres, la violencia masculina y el consumo de prostitución por parte de los varones.


La idea de acercar a las personas gays o lesbianas o trans al modelo de agrupamiento social de la modernidad que es la familia nuclear no tiene otro sentido que posibilitar el acceso a la narración contractual que el capitalismo propone como única manera de dar contenido a la existencia de estos sujetos. El matrimonio es la llave para que gays y lesbianas entren en el mercado heterosexual. Esta es la apuesta ciertos sectores LGTTB.


La maternidad es un punto central en el intento de homogeneizar la sexualidad lesbiana como copia de la madre heterosexual. A medio camino entre la necesidad de mostrar que las lesbianas somos mujeres y el horror de que dos mujeres se reproduzcan, medios, academia y sociedad dirimen sus conflictos económicos y políticos sobre el cuerpo de lesbianas y niñxs preguntando (se) si esxs niñxs serán “normales” y si finalmente el “instinto materno” no es un mito.


Sandra Pollack y Adrienne Rich se oponen a dar la discusión en estos términos. La primera argumentando que finalmente las madres lesbianas son diferentes y que las diferencias son complejas y tienen que ver en parte con la lesbofobia social y sus efectos y por otra parte con la ausencia de roles sociales rígidos, con modelos de independencia y con la diversidad cultual e individual que existe en los hogares lesbianos.
Rich aporta que precisamente porque la maternidad lesbiana es diferente es que una sociedad que necesita homogeneizar esta experiencia de crianza y socialización imprescindible para su propia continuidad, no puede ni tolerarla ni afirmarla.


c) Representaciones de la lesbiana como ícono de la liberación femenina.

La imagen de la mujer en los medios de comunicación ha cambiado. En estas últimas dos décadas la idea de una mujer dueña de su cuerpo, de su deseo y su erótica impulsada por el feminismo, ha sido releída por los medios y traducida como mejor le conviene al mercado. Los medios de comunicación como maquinaria ideológica de la hegemonía occidental capitalista puesta al servicio de generar “sentido común” han logrado traducir la lucha de las mujeres por la propia autonomía, entre otras cosas, como una lucha por el consumo: cirugías estéticas, gimnasios, medicamentos, ropa, sexo, placer, diversión, cuerpos. Algunos de los procesos que convierten a las mujeres en biomujeres . En realidad, la mercantilización del cuerpo es la contracara de las propuestas de los movimientos emancipadores (feminista, postfeminista, etc.) que piensan la libertad sexual desde la autonomía y no desde nuevos paradigmas de la economía mundial.


El deseo sexual femenino entra en juego en las publicidades, el cine y las ficciones televisivas encarnado en una mujer deseante, que puede dirigir su deseo hacia cualquier sujeto, incluso quizás puede permitirse coqueteos con otras mujeres, pero nunca están fuera de esa economía sexual el deseo por los varones. Las lesbianas de la tele a lo sumo serán bisexuales, mascaradas como “mujeres apropiadas de su cuerpo” y aquí volvemos a recurrir al concepto de red cultural de Butler y la ininteligibilidad de la sexualidad lesbiana en esa red.


En esto también juegan un rol fundamental los grupos GLTTB que intentan borronear las diferencias políticas y culturales de la construcción lesbiana para no enfurecer a las fuerzas conservadoras intentado por ejemplo campañas como “el mismo amor”.



Si ser lesbiana va a estar representado estrictamente como la posibilidad de ser “cualquier mujer” en ese corrimiento se niega todos los sentidos múltiples y diferentes que aparecen con la disidencia sexual y se sojuzga cualquier indicio de creatividad en el ejercicio de la erótica y las relaciones bajo el imperio de la norma heterosexual.



Conclusión:

Los medios de comunicación dan cuenta de los cambios socio/político/tecnológicos en su devenir histórico. En esta mitad del siglo podría decirse que son las maquinarias de producción de lo visible por antonomasia.
Ya no se trata de mostrar lo oculto o invisible sino de romper con la visibilidad hegemónica producida desde los centros de poder que intentan mostrar una disidencia sexual y social sumisa y normalizada, lo que Eve K. Sedgwick llama “la batalla por los marcos de la visibilidad”.


El territorio de las imágenes es uno de los espacios que las disidencias sociosexuales deben ocupar y expandir. No sólo desde la denuncia, sino también desde la creación de nuevos imaginarios sociales que enriquezcan las posibilidades y variedades en las que las vidas de las personas transcurren.


EL desafío es producir desde los márgenes imágenes permeables, abiertas, que puedan ser reapropiadas y tergiversadas sin la necesidad de coherencia, ni continuidad. Sin caer en una caracterización prescriptiva de los cuerpos que deje fuera de los límites de la propia imagen a quienes se sientan constreñidxs por ella. Y sin que esta porosidad debilite su fuerza de signo político que visibiliza lo invisibilizado y que -para fortuna de quienes desobedecemos- se vuelve arena de subversión e impugnación del orden hegemónico.

1 comentario:

Esperanza Moreno dijo...

Hace un par de días encontré este texto por la red, hoy corrí a google a preguntar por Baruyeras y he llegado al blog... Me habéis ayudado muchísimo con este recorrido tan clarito por los feminismos, la sexualidad, las identidades, los imaginarios, las transversalidades de los discursos... Pero lo más importante, me habéis recargado la rabia y las ganas de seguir resistiendo!

Abrazos abyectos!