¡Llegamos a la Baruyera Nº 2, aquí estamos! Recuerdo que el 4 de junio, con los primeros 40 ejemplares de Baruyera que salieron “del horno” ese día, no imaginamos ni el tamaño de la puerta enorme que estábamos abriendo y abriéndonos, ni los recorridos posibles que nos iba a proponer el camino ancho que inaugurábamos. Pasaron dos meses largos, casi tres. Nos demoramos un poquito más de lo previsto pero al fin y al cabo ¿de dónde nos viene esa compulsión por los tiempos cronométricos, tan moderna, tan capitalista (conceptos –ya sé- que por estar tan incrustados en nuestra propia carne pueden parecer pretensiosos y naif al mismo tiempo). Nos demoramos un poquito según esos estándares, pero aquí estamos, sonrientes, felices, impetuosas e impetuosos.
Baruyera no deja de sorprendernos y de desafiarnos. Cuando surgió la idea de hacer esta revista, pensamos en que fuera un lugar de encuentro, de reflexión, un espacio para divertirse y para pensar, para crear y para destruir. Baruyera entró en los teatros independientes de Buenos Aires, entró en los Centros de la Mujer, espacios de arte, talleres literarios, coloquios, librerías; alguien la encontró en un banco en alguna estación de subte, alguien nos escribió “no soy ni feminista ni lesbiana, pero la revista me hizo pensar en muchas cosas”… ¡eso es lo que nosotras nos propusimos, lo que nos proponemos! Gracias a la valiosa ayuda de amigas y conocidas, Baruyera llegó a Neuquén, Lanús, Santa Fe, Pergamino, La Plata, Rosario, Mar del Plata, a Chile, México, Costa Rica, Uruguay, a España…
Transitando por Buenos Aires, con algunas Baruyeras bajo el brazo, en muchos lugares a los que llevamos la revista nos encontramos con que es más fácil ser lesbiana que ser feminista. Tal vez esta constatación parezca demasiado obvia para algunas, pero eso no le quita relevancia. Para muchas personas, ser lesbiana es apenas una opción sexual de “mujeres con mujeres”. No es así para nosotras. Para muchas personas, ser feminista es apenas “que el marido saque a la calle la basura”… y se equivocan. Para algunas personas, ser feminista es apenas “estar a favor de la despenalización del aborto”.
Hay mucho más que todo esto en identificarse (o mejor en “adjetivarse”, en “nombrarse”) como lesbiana, como feminista. ¿Qué habrán pensado quienes nos sonrieron, cómplices, al escucharnos decir “somos lesbianas” pero levantaron consternadamente una ceja ante el “somos feministas”? Obviamente, no puedo saberlo. Pero sí puedo afirmar que la cultura hegemónica sigue inculcando con éxito la idea de que el ejercicio de la sexualidad es algo que ocurre “entre las cuatro paredes de una habitación” (y por eso el guiño que suma una complicidad condescendiente al “¡qué me importa, querida!”), mientras que las ideas sobre el feminismo se referirían a otro espacio del mundo (por cuestionable que sea, eso de “sacar la basura” ya evidencia un afuera de las cuatro paredes de la privacidad) más amplio y que por eso, tal vez, incomoda más.
No corresponde en absoluto proponer aquí una fórmula del estilo “Querida gente: el feminismo/lesbianismo es…”, porque las formas de pensar y de vivir que encierran estos constructos son múltiples, quizá infinitas, por lo que resultan improcedentes tanto el singular como la pretensión de definir o caracterizar. Pero indudablemente considero que son movimientos enormes, casi universales (la última expresión tiene un tufillo positivista que debe tomarse con simpatía) que conducen a la libertad.
¿Por qué a veces inquieta más una feminista que una lesbiana?
Para comprender lo que se pone en juego en esta inquietud diferencial, para comenzar a salir, a romper el corset (¿el clóset, dijo?) del sentido común, sirve como punto de partida esta tosca separación de los campos de interés y acción que a menudo se atribuyen a una y a otra (porque el sentido común usualmente opone o distingue en un nivel a la lesbiana de la feminista, al tiempo que los funde confusamente en otro nivel de discurso en algo como “todas las feministas son lesbianas bigotudas”). Según la particular mirada del sentido común que estoy interpelando, lo urticante radicaría en la distinción entre lo que está en el ámbito de lo íntimo y de lo social. Aún en la situación (que me resulta tan paródica) de pensar el feminismo como tan poco como “quién saca la basura” ya está implícita la molesta autoridad para delegar, la ocupación del espacio público, el salir de esas cuatro paredes (por erróneas que yo las considere), aunque también está la aceptación de la norma heteropatriarcal de tener marido y sentirse gratificada porque consiente en sacar la basura… Por supuesto, también hay ocasiones en que al señor Con Sentido Común le molesta la que se dice lesbiana: cuando sabe que esa palabra involucra algo que trasciende las relaciones sexuales específicas.
Por cierto, yo no creo en estas caracterizaciones usuales de la lesbiana ni de la feminista, pero encuentro en ellas elementos para reflexionar, y muchos.
En Baruyera nos proponemos poner de manifiesto que “ser lesbiana” puede ser una posición tan radical que ni siquiera implica, necesariamente, “amar (sólo) a otras mujeres”. Queremos pregonar y mostrar, festivamente, que ser lesbiana no es algo que quede encerrado en el ámbito de la intimidad, sino que es una interpelación política y desestructurante hacia los vínculos de cada cual con cada quien, vínculos que –procesos de socialización hegemónicos mediante– a menudo están heteronormativizados. Resaltar el contenido profundamente incómodo que la lesbiandad en todas sus formas y manifestaciones detenta, aún en el caso de la persona sonriente que pensó que yo, simplemente, le estaba contando un “chisme de alcoba”. Mostrar que empezamos a molestar, a ser creativas y revulsivas como lesbianas cuando ponemos en evidencia que miramos el mundo y actuamos en él de una manera particular que está más allá de quiénes son las personas con quienes dormimos (o “tenemos sexo”), y que ocupamos el mismo espacio físico (pero no el simbólico) que las y los cómplices sonrientes.
Para quienes por una razón u otra tenemos una postura crítica hacia el mundo en que vivimos, siempre es bueno encontrar las fisuras por donde inmiscuirnos con nuestras disidencias, los puntos de inestabilidad de los discursos normativos y establecidos del orden. Tener una vecina lesbiana deja de ser una anécdota simpática sobre la “variedad de la vida” cuando el vecindario se entera que yo no aborrezco a los hombres, sino al machismo, al patriarcado (del que ellos también son víctimas). Besarme en la calle con otras mujeres deja de ser una postal graciosa y “progre” para esa gente que mira y señala discretamente en el momento en que caen en cuenta que el cuerpo de cada persona es un territorio de libertad y de juego, a menudo limitado por las arbitrarias vallas de la heteronormatividad.
Entonces no va a ser tan difícil seguir haciendo baruyo, aprovechar la complicidad ingenua de quien no quiere espiar debajo de mi sábana para seguir instalando nuestra subversiva forma de estar en el mundo, nuestra forma de hablar de él, tan dichosas, tan (como dicen nuestras amigas Fugitivas del Desierto) lesbianamente feministas.
Baruyera no deja de sorprendernos y de desafiarnos. Cuando surgió la idea de hacer esta revista, pensamos en que fuera un lugar de encuentro, de reflexión, un espacio para divertirse y para pensar, para crear y para destruir. Baruyera entró en los teatros independientes de Buenos Aires, entró en los Centros de la Mujer, espacios de arte, talleres literarios, coloquios, librerías; alguien la encontró en un banco en alguna estación de subte, alguien nos escribió “no soy ni feminista ni lesbiana, pero la revista me hizo pensar en muchas cosas”… ¡eso es lo que nosotras nos propusimos, lo que nos proponemos! Gracias a la valiosa ayuda de amigas y conocidas, Baruyera llegó a Neuquén, Lanús, Santa Fe, Pergamino, La Plata, Rosario, Mar del Plata, a Chile, México, Costa Rica, Uruguay, a España…
Transitando por Buenos Aires, con algunas Baruyeras bajo el brazo, en muchos lugares a los que llevamos la revista nos encontramos con que es más fácil ser lesbiana que ser feminista. Tal vez esta constatación parezca demasiado obvia para algunas, pero eso no le quita relevancia. Para muchas personas, ser lesbiana es apenas una opción sexual de “mujeres con mujeres”. No es así para nosotras. Para muchas personas, ser feminista es apenas “que el marido saque a la calle la basura”… y se equivocan. Para algunas personas, ser feminista es apenas “estar a favor de la despenalización del aborto”.
Hay mucho más que todo esto en identificarse (o mejor en “adjetivarse”, en “nombrarse”) como lesbiana, como feminista. ¿Qué habrán pensado quienes nos sonrieron, cómplices, al escucharnos decir “somos lesbianas” pero levantaron consternadamente una ceja ante el “somos feministas”? Obviamente, no puedo saberlo. Pero sí puedo afirmar que la cultura hegemónica sigue inculcando con éxito la idea de que el ejercicio de la sexualidad es algo que ocurre “entre las cuatro paredes de una habitación” (y por eso el guiño que suma una complicidad condescendiente al “¡qué me importa, querida!”), mientras que las ideas sobre el feminismo se referirían a otro espacio del mundo (por cuestionable que sea, eso de “sacar la basura” ya evidencia un afuera de las cuatro paredes de la privacidad) más amplio y que por eso, tal vez, incomoda más.
No corresponde en absoluto proponer aquí una fórmula del estilo “Querida gente: el feminismo/lesbianismo es…”, porque las formas de pensar y de vivir que encierran estos constructos son múltiples, quizá infinitas, por lo que resultan improcedentes tanto el singular como la pretensión de definir o caracterizar. Pero indudablemente considero que son movimientos enormes, casi universales (la última expresión tiene un tufillo positivista que debe tomarse con simpatía) que conducen a la libertad.
¿Por qué a veces inquieta más una feminista que una lesbiana?
Para comprender lo que se pone en juego en esta inquietud diferencial, para comenzar a salir, a romper el corset (¿el clóset, dijo?) del sentido común, sirve como punto de partida esta tosca separación de los campos de interés y acción que a menudo se atribuyen a una y a otra (porque el sentido común usualmente opone o distingue en un nivel a la lesbiana de la feminista, al tiempo que los funde confusamente en otro nivel de discurso en algo como “todas las feministas son lesbianas bigotudas”). Según la particular mirada del sentido común que estoy interpelando, lo urticante radicaría en la distinción entre lo que está en el ámbito de lo íntimo y de lo social. Aún en la situación (que me resulta tan paródica) de pensar el feminismo como tan poco como “quién saca la basura” ya está implícita la molesta autoridad para delegar, la ocupación del espacio público, el salir de esas cuatro paredes (por erróneas que yo las considere), aunque también está la aceptación de la norma heteropatriarcal de tener marido y sentirse gratificada porque consiente en sacar la basura… Por supuesto, también hay ocasiones en que al señor Con Sentido Común le molesta la que se dice lesbiana: cuando sabe que esa palabra involucra algo que trasciende las relaciones sexuales específicas.
Por cierto, yo no creo en estas caracterizaciones usuales de la lesbiana ni de la feminista, pero encuentro en ellas elementos para reflexionar, y muchos.
En Baruyera nos proponemos poner de manifiesto que “ser lesbiana” puede ser una posición tan radical que ni siquiera implica, necesariamente, “amar (sólo) a otras mujeres”. Queremos pregonar y mostrar, festivamente, que ser lesbiana no es algo que quede encerrado en el ámbito de la intimidad, sino que es una interpelación política y desestructurante hacia los vínculos de cada cual con cada quien, vínculos que –procesos de socialización hegemónicos mediante– a menudo están heteronormativizados. Resaltar el contenido profundamente incómodo que la lesbiandad en todas sus formas y manifestaciones detenta, aún en el caso de la persona sonriente que pensó que yo, simplemente, le estaba contando un “chisme de alcoba”. Mostrar que empezamos a molestar, a ser creativas y revulsivas como lesbianas cuando ponemos en evidencia que miramos el mundo y actuamos en él de una manera particular que está más allá de quiénes son las personas con quienes dormimos (o “tenemos sexo”), y que ocupamos el mismo espacio físico (pero no el simbólico) que las y los cómplices sonrientes.
Para quienes por una razón u otra tenemos una postura crítica hacia el mundo en que vivimos, siempre es bueno encontrar las fisuras por donde inmiscuirnos con nuestras disidencias, los puntos de inestabilidad de los discursos normativos y establecidos del orden. Tener una vecina lesbiana deja de ser una anécdota simpática sobre la “variedad de la vida” cuando el vecindario se entera que yo no aborrezco a los hombres, sino al machismo, al patriarcado (del que ellos también son víctimas). Besarme en la calle con otras mujeres deja de ser una postal graciosa y “progre” para esa gente que mira y señala discretamente en el momento en que caen en cuenta que el cuerpo de cada persona es un territorio de libertad y de juego, a menudo limitado por las arbitrarias vallas de la heteronormatividad.
Entonces no va a ser tan difícil seguir haciendo baruyo, aprovechar la complicidad ingenua de quien no quiere espiar debajo de mi sábana para seguir instalando nuestra subversiva forma de estar en el mundo, nuestra forma de hablar de él, tan dichosas, tan (como dicen nuestras amigas Fugitivas del Desierto) lesbianamente feministas.
Sonia Gonorazky
baruyera@gmail.com
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