miércoles, 29 de septiembre de 2010

deseo de abortar

deseo de abortar
(reflexiones que no hubieran sido posibles si LESBIANAS Y FEMINISTAS POR LA DESCRIMINALIZACIÓN DEL ABORTO no existiera, si yo no hubiera participado de todo el proceso previo al lanzamiento de la línea ABORTO: MÁS INFORMACIÓN, MENOS RIESGOS y si la VERI no me hubiera apuntado este excelente concepto, puesto en uso por LyFxDA)


Embarazo. Las mujeres y otras personas con útero funcional muy pocas veces se embarazan solas. Todavía son mayoritariamente embarazadas por personas de distinta calaña portadoras de pistolín disparador de esperma lleno de espermatozoides. Ninguna mujer o persona portadora de útero es “culpable” o “responsable” de un embarazo que no tenía previsto de antemano.

A diferencia de la mayoría de los deseos que me vienen a la mente, el deseo de abortar surge en una situación muy precisa: ante la realidad o sospecha de un embarazo no buscado, y desaparece sin secuelas una vez producido el aborto. Es un deseo particular, entonces, porque sí puede o podría ser saciado.

Tal vez lo que hasta ahora suele llamarse “decisión de abortar” es una de las formas en que se expresa este deseo. “Deseo de abortar” me parece una expresión más precisa, porque se me ocurre que sobre la decisión influyen más injerencias y disposiciones sociales que sobre el deseo. El deseo también tiene fortísimos condicionantes sociales, pero no puedo dejar de pensarlo como más íntimo, no por lo secreto sino por la forma en que entrelaza los infinitos factores a partir de los que toma forma.

Considero que la migración semántica de la “decisión” al “deseo” está siendo facilitada por la relativa (pero enorme) autonomía que brinda el poder de practicarse un aborto por cuenta propia, o junto a las personas de mayor confianza, con la mayor seguridad, y teniendo todas las herramientas necesarias para afrontar cualquier situación riesgosa imprevista. Un aborto “hecho en casa” y con la máxima seguridad no es, por supuesto, un acto solipsista: conseguir la información adecuada, la dosis necesaria de misoprostol, la compañía, ubicar la guardia médica más cercana, compartir o no la decisión son eventos sociales de enorme significación.

Otro enfoque, no excluyente de lo ya dicho, es pensar la decisión como puesta en acto del deseo: el deseo como convicción personalísima e inalienable; la decisión como hecho político, materialidad concreta, personalísima y, también, inalienable, aunque las decisiones pueden ser manipuladas por intereses ajenos.

Según la lógica bivalente a la nos han acostumbrado la educación y gran parte de los discursos masivos, podría parecer que estoy marcando una separación binaria: aquí el deseo, aquí la decisión. Pero no. Lo lineal es la escritura, no los conceptos, ¿hace falta que siga aclarando?. Tras este excursus retorno.

Marcar la decisión como hecho político que materializa el deseo no quita al deseo su valor de hecho político. En efecto, los deseos son construcciones humanas y ninguna construcción humana carece de historia, contexto, ideologías, devenires, tensiones de poderes e intereses, negociaciones. Este valor político que atraviesa y apuntala la posibilidad del deseo, la capacidad para formularlo, la pericia para enunciarlo, la habilidad para concretarlo, es un ingrediente que lo vuelve peligroso. Es decir, el sólo hecho de desear un aborto, de imaginarlo, es un enorme acto de rebeldía contra una de las más fundamentales normas patriarcales. El hecho de abortar, en buenas o en malas condiciones, amparada por un marco legal o en la clandestinidad, de forma riesgosa o segura, marca y mancomuna a todas las mujeres, quizá también a otras personas portadoras de úteros funcionales. Es también un hecho político sumamente significativo el que esta alianza sin contrato ni pacto, esta alianza de sangre (la sangre involucrada en el aborto, ni una gota más) no pueda ser registrada por muchísimas mujeres, que sean cientos de miles quienes siguen pensando que el aborto es un acto solitario y tal vez vergonzante. Es un hecho político de infinita y calculada misoginia que aquellas que saben que hay una alianza que defiende, fortalece y legitima este deseo no tienen prácticamente ninguna posibilidad de expresarse mucho más allá de su vecindario.

Las cosas, afortunadamente, están cambiando, aunque con demasiada lentitud. La legalización del aborto tal vez permita hablar con menos temor ya que la clandestinidad es el mayor perjuicio que se nos inflinge. Poner palabras a la experiencia, nada más valioso, nada más precioso para reforzar contra derrumbes el túnel de la rebeldía, para aflojar complicidades y rehabilitar lazos solidarios, más potentes, más visibles, más impactantes.

Tal vez la legalización habilite un poquitito estos procesos, tal vez no pase nada.

Pero esto no es todo. El deseo es un hecho político y más, es una revolución política que a veces cuesta descifrar. Pero hay indicios, hay pistas. No por casualidad la línea “aborto, más información, menos riesgos” usa los colores del arco iris, sintetizados en seis franjas diferentes. Y no es por vanidad, ni por orgullo, que el grupo que brinda información se llama LyFxDA. LESBIANAS. Y FEMINISTAS. POR LA DESCRIMINALIZACIÓN DEL ABORTO. Y seguramente hay otros muchísimos indicios que no veo y no puedo mencionar.

Indicios de una revolución, ¿de cuál? De una que se aleja completamente de la “revolución sexual” de los años ’60, la de los anticonceptivos que aseguraron la impunidad de los embarazadores, colonizando y esclavizando los cuerpos portadores de útero para beneficio de quienes ni quieren usar forro ni quieren otra libertad que la propia (la de ellos), enemistando los cuerpos con los deseos bajo el imperio de hormonas y blisters con calendarios.

Cada vez que una mujer comprende que abortar es su deseo, que no está luchando contra un destino sino construyendo su vida, cada vez que comprende la trampa, que no “se embarazó” sino que hubo otro que “la embarazó”, cada vez que una mujer no se deja amedrentar por las reglas patriarcales, está escapando un poquito de la heterosexualidad obligatoria. Pero la prisión es sumamente enmarañada, cuesta mucho darse cuenta, y a menudo se retorna al lugar de la sumisión. No importa. La heterosexualidad obligatoria va a resquebrajarse cuando todas abortemos entre amigas, conocidas, vecinas, cuando podamos reconocer cuántas fuimos las que usamos nuestras propias manos, nuestros propios dedos para llevar a cabo el aborto, cuando el bolsito listo para ir a la consulta o a la guardia médica quede olvidado en la mesa o junto al televisor porque no fue necesario. Si nos atrevemos a pensarlo, las mujeres y demás personas portadoras de útero vamos a comprender que es criminal quien miente, quien no usa forro, o quien lo pierde durante el trajín. Vamos a comprender que el sexo sin chance de embarazo puede ser delicioso, que ese pito no tiene por qué estar en ninguna concha. De a poquito, vamos a liquidar la heterosexualidad obligatoria, vamos a cambiar para siempre las reglas del sexo. ESA ES, PARA MÍ, LA REVOLUCIÓN LESBIANA.



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