Columna: ¿Las lesbianas somos mujeres?
Los medios de comunicación
Por Verónica Marzano
vemar_00@hotmail.com
La imagen de la mujer en los medios de comunicación ha cambiado. En estas últimas dos décadas la idea de una mujer dueña de su cuerpo, de su deseo y su erótica impulsada por el feminismo, ha sido releída por los medios y traducida como mejor le conviene al mercado. Los medios de comunicación como maquinaria ideológica de la hegemonía occidental capitalista puesta al servicio de generar “sentido común” han logrado traducir la lucha de las mujeres por la propia autonomía, entre otras cosas, como una lucha por el consumo: cirugías estéticas, gimnasios, medicamentos, ropa, sexo, placer, diversión, cuerpos. La mercantilización del cuerpo es la contracara de las propuestas de los movimientos emancipadores (feminista, postfeminista, etc.) que piensan la libertad sexual desde la autonomía y no desde nuevos paradigmas de la economía mundial.
En este contexto la visibilidad lesbiana es uno de los productos más cotizados. Una mujer sexualmente poderosa que libremente desea o es deseada por hombres o mujeres indistintamente parece ser la panacea de la liberación “femenina”. Todo pareciera indicar que la sociedad comienza a aceptar que las mujeres podemos elegir tener contactos sexuales con quien nos plazca sin importar su sexo o género. Pero si rasgamos la superficie de esta pátina lustrosa, lo que se devela inimaginable en la construcción de estas imágenes conceptuales es que una mujer rechace sexualmente a los hombres y/o reniegue de la feminidad como expresión de género. Por ejemplo en las publicidades de autos y desodorantes o, últimamente, una que se refería a las mujeres como “3 por 1”, las chicas (muy femeninas) coquetean entre ellas hasta que un hombre aparece en escena y generalmente parten con él. Así la lesbiana, convertida en la representación de la “nueva mujer” que puede ser cualquier mujer, termina no siendo ninguna.
Guiddens dice al respecto que la hipervisibilidad lésbica aparece como un fenómeno en el que se muestra lo que no es: enseña lo que es permeable al poder, pero un poder concreto ligado a los roles sociales de los sexos. Un poder que quiere que los hombres no pierdan el suyo sobre las mujeres. Poner a las lesbianas bajo el poder del falo es la reacción que se produce desde el capitalismo a la posibilidad de que las mujeres no quieran tener sexo con hombres y consiguientemente no quieran ofrecer sus servicios reproductivos, domésticos y personales a bajo precio.
En este sentido la política lesbiana ya no se concentra en “desocultar lo oculto” sino, como dice Sedgwick, la nueva batalla se da entre “diferentes marcos de visibilidad”. En esto juegan un rol fundamental los movimientos identitarios, divididos, en principio, en aquellos que piensan en el acceso a la ciudadanía a través de políticas asimilacionistas -utilizando como estrategia la integración a como de lugar en el mercado y los medios de comunicación, y por tanto, aceptando sumisamente esta pseudo visibilidad consumista y heteropatriarcal que deriva en sostener una burda imitación de la economía erótica, los pactos políticos heterosexuales y la aceptación de los modelos de feminidad actuales- y aquellos que piensan en mantenerse en la posición de verdaderas minorías potencialmente transformadoras de la cultura requiriéndole al estado, en todo caso y estratégicamente, proteja las nuevas formas relacionales que las lesbianas plantean como mejores para sus vidas y generando desde los márgenes imágenes abiertas, permeables y creativas de cómo experimentar el cuerpo y las relaciones.
Podemos pensar, entonces, que si ser lesbiana es estrictamente ser “cualquier mujer” en ese corrimiento se niegan todos los sentidos múltiples y diferentes que aparecen con la disidencia sexual y se sojuzga cualquier indicio de creatividad en el ejercicio de la erótica y las relaciones bajo el imperio de la norma heterosexual.
Así, la representación de las lesbianas desde una mirada monofocal, abstraída de otros componentes culturales y sociales y anclada en la imagen occidental capitalista de “la nueva sexualidad de la mujer” opera devolviendo a la invisibilidad otras formas de vivir y expresar la sexualidad alejadas de la normativa hetero y, por lo tanto, resulta tan falsa como la idea de la “aceptación” del lesbianismo como ejercicio político/erótico cotidiano.
Por Verónica Marzano
Vemar_00@hotmail.com
La imagen de la mujer en los medios de comunicación ha cambiado. En estas últimas dos décadas la idea de una mujer dueña de su cuerpo, de su deseo y su erótica impulsada por el feminismo, ha sido releída por los medios y traducida como mejor le conviene al mercado. Los medios de comunicación como maquinaria ideológica de la hegemonía occidental capitalista puesta al servicio de generar “sentido común” han logrado traducir la lucha de las mujeres por la propia autonomía, entre otras cosas, como una lucha por el consumo: cirugías estéticas, gimnasios, medicamentos, ropa, sexo, placer, diversión, cuerpos. La mercantilización del cuerpo es la contracara de las propuestas de los movimientos emancipadores (feminista, postfeminista, etc.) que piensan la libertad sexual desde la autonomía y no desde nuevos paradigmas de la economía mundial.
En este contexto la visibilidad lesbiana es uno de los productos más cotizados. Una mujer sexualmente poderosa que libremente desea o es deseada por hombres o mujeres indistintamente parece ser la panacea de la liberación “femenina”. Todo pareciera indicar que la sociedad comienza a aceptar que las mujeres podemos elegir tener contactos sexuales con quien nos plazca sin importar su sexo o género. Pero si rasgamos la superficie de esta pátina lustrosa, lo que se devela inimaginable en la construcción de estas imágenes conceptuales es que una mujer rechace sexualmente a los hombres y/o reniegue de la feminidad como expresión de género. Por ejemplo en las publicidades de autos y desodorantes o, últimamente, una que se refería a las mujeres como “3 por 1”, las chicas (muy femeninas) coquetean entre ellas hasta que un hombre aparece en escena y generalmente parten con él. Así la lesbiana, convertida en la representación de la “nueva mujer” que puede ser cualquier mujer, termina no siendo ninguna.
Guiddens dice al respecto que la hipervisibilidad lésbica aparece como un fenómeno en el que se muestra lo que no es: enseña lo que es permeable al poder, pero un poder concreto ligado a los roles sociales de los sexos. Un poder que quiere que los hombres no pierdan el suyo sobre las mujeres. Poner a las lesbianas bajo el poder del falo es la reacción que se produce desde el capitalismo a la posibilidad de que las mujeres no quieran tener sexo con hombres y consiguientemente no quieran ofrecer sus servicios reproductivos, domésticos y personales a bajo precio.
En este sentido la política lesbiana ya no se concentra en “desocultar lo oculto” sino, como dice Sedgwick, la nueva batalla se da entre “diferentes marcos de visibilidad”. En esto juegan un rol fundamental los movimientos identitarios, divididos, en principio, en aquellos que piensan en el acceso a la ciudadanía a través de políticas asimilacionistas -utilizando como estrategia la integración a como de lugar en el mercado y los medios de comunicación, y por tanto, aceptando sumisamente esta pseudo visibilidad consumista y heteropatriarcal que deriva en sostener una burda imitación de la economía erótica, los pactos políticos heterosexuales y la aceptación de los modelos de feminidad actuales- y aquellos que piensan en mantenerse en la posición de verdaderas minorías potencialmente transformadoras de la cultura requiriéndole al estado, en todo caso y estratégicamente, proteja las nuevas formas relacionales que las lesbianas plantean como mejores para sus vidas y generando desde los márgenes imágenes abiertas, permeables y creativas de cómo experimentar el cuerpo y las relaciones.
Podemos pensar, entonces, que si ser lesbiana es estrictamente ser “cualquier mujer” en ese corrimiento se niegan todos los sentidos múltiples y diferentes que aparecen con la disidencia sexual y se sojuzga cualquier indicio de creatividad en el ejercicio de la erótica y las relaciones bajo el imperio de la norma heterosexual.
Así, la representación de las lesbianas desde una mirada monofocal, abstraída de otros componentes culturales y sociales y anclada en la imagen occidental capitalista de “la nueva sexualidad de la mujer” opera devolviendo a la invisibilidad otras formas de vivir y expresar la sexualidad alejadas de la normativa hetero y, por lo tanto, resulta tan falsa como la idea de la “aceptación” del lesbianismo como ejercicio político/erótico cotidiano.
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