En un mundo (cultura-sistema-sociedad, como más nos guste) que se dedica sistemáticamente a intentar (debo decir que con éxito casi casi siempre) a dominarnos y domesticarnos según su interés coyuntural (que más o menos en el fondo siempre es económico), el closet representa un perfecto lugar donde esconderse y una eficaz estrategia de sobrevivencia para aquellas personas que “algo habremos hecho” como para que el señor domador ande tratando de alcanzarnos con su látigo.
Muchxs de nosotrxs no podemos escondernos en ningún closet. Nuestra sola existencia nos hace punibles de sanciones legales, sociales, morales o espirituales. Negrxs, travestis, trans, fexs, gordxs, discapacitadxs, contamos con una desventaja inicial e imperdonable: nuestra “deformidad” se vé y eso es intolerable.
Las personas intolerables para la cultura patriarcal capitalista, que define “humano” como a imagen y semejanza de Dios. (Flaca, blanca, linda, educada y hombre, claro), estámos siempre disponibles para el maltrato, la discriminación y la violencia, excepto que aceptemos que esa condición que portamos es nuestra culpa y nos resignemos a transitar los procesos de normalización que, dinero, sufrimiento y dolor mediante, el mismo sistema nos ofrece como paliativo (dietas, pastillas, operaciones, prótesis, etc.)
¿Por qué quienes no arrastran su estigma visiblemente, frente a lo que sucede con los sujetos fuera de “orden”, querrían abandonar el closet?
No lo se…no tengo esa respuesta.
Si se que ya el patriarcado en su versión capitalista ha tendido todos sus dispositivos para que nunca salgan de allí: bares, boliches, hoteles, medicina, cruceros, aerolíneas, presentan con un carácter de “privacidad” aquello que el sistema manda ocultar: la sexualidad no hegemónica. Ésa que le cae muy mal a sus fines económico/sociales. Todo presentado como un gran show de excentricidad y promiscuidad burguesa. Para que el closet sea cada vez más confortable, más capitalista, más consumido y consumista de bienes y de cuerpos. Gays, lesbianas, bisexuales, personas (incluso heterosexuales) que ejercen su sexualidad sin ataduras ni de números, ni de alternancias, ni de sexos, ni de nombres, son los “clientes” perfectos. Personas que tienen “algo que esconder” y “pueden hacerlo”. Un lugar seguro.
Las salidas del closet, en cambio, pueden ser muy variadas y sus efectos bastante ambiguos: podemos salir expulsadxs de él por una burla o forzadxs violentamente. También podemos salir por decisión personal, movidxs por múltiples razones que refieren a pensar en una supuesta “liberación”. Lo cierto es que sus efectos son poco claros. La “aceptación”, seguido de un explicito o implicito “no lo cuentes” o la negación que significa seguir diciendole “tu amiga” a nuestra pareja o el ejemplo de suejetxs que han sido despedidxs de sus trabajos por no declarar su orientación sexual antes de tomarlo, y en otras ocasiones han sido despedidxs de sus trabajos por “decirlo”, describe la incertidumbre que connlleva salir del closet.
Es que todavía el sistema no sabe muy bien qué hacer con la sexualidad que no produce y reproduce. No sabe qué hacer con la sexualidad que goza.
¿Qué haremos nosotrxs? Supongo que eso se definirá no sólo por cómo vivimos nuestra sexualidad. Somos sujetxs integradxs, diferentes identidades sociales y políticxs que habitan un cuerpo. La estratégia se definirá en relación a nuestra cosmovisión del mundo y no solo de la sexualidad.
La decisión de salir del closet significa levantarse cada día y volver a salir de allí. La presunción de heterosexualidad es infinita. Por eso la heterosexualidad es una forma de organización social. Un régimen que ha perdurado durante siglos, (naturalizado y no cuestionado, salvo algunas excepciones, ni por sus mismxs actores que no interpelan la monogamia, la exclusividad, la penetración, etc.).
Siempre habrá alguien, el farmacéutico, el verdulero, el taxista, el médico, la docente que presumirá que nuestro interés en su “producto” es heterosexual. Para un marido, un hijo o una suegra. Por tanto si la heterosexualidad es política pura, el closet también lo es junto con todo su manual de uso. El closet es la confortable jaula con forma de burbuja globalizada que se nos impone como alternativa a lo indecibles que somxs. Quien elija estar allí, elije aceptar lo que el “orden” dice que somxs, pero no tiene de que preocuparse, tiene tv por cable, dvd, internet full y un libro lleno de excusas para quedarse.
Muchxs de nosotrxs no podemos escondernos en ningún closet. Nuestra sola existencia nos hace punibles de sanciones legales, sociales, morales o espirituales. Negrxs, travestis, trans, fexs, gordxs, discapacitadxs, contamos con una desventaja inicial e imperdonable: nuestra “deformidad” se vé y eso es intolerable.
Las personas intolerables para la cultura patriarcal capitalista, que define “humano” como a imagen y semejanza de Dios. (Flaca, blanca, linda, educada y hombre, claro), estámos siempre disponibles para el maltrato, la discriminación y la violencia, excepto que aceptemos que esa condición que portamos es nuestra culpa y nos resignemos a transitar los procesos de normalización que, dinero, sufrimiento y dolor mediante, el mismo sistema nos ofrece como paliativo (dietas, pastillas, operaciones, prótesis, etc.)
¿Por qué quienes no arrastran su estigma visiblemente, frente a lo que sucede con los sujetos fuera de “orden”, querrían abandonar el closet?
No lo se…no tengo esa respuesta.
Si se que ya el patriarcado en su versión capitalista ha tendido todos sus dispositivos para que nunca salgan de allí: bares, boliches, hoteles, medicina, cruceros, aerolíneas, presentan con un carácter de “privacidad” aquello que el sistema manda ocultar: la sexualidad no hegemónica. Ésa que le cae muy mal a sus fines económico/sociales. Todo presentado como un gran show de excentricidad y promiscuidad burguesa. Para que el closet sea cada vez más confortable, más capitalista, más consumido y consumista de bienes y de cuerpos. Gays, lesbianas, bisexuales, personas (incluso heterosexuales) que ejercen su sexualidad sin ataduras ni de números, ni de alternancias, ni de sexos, ni de nombres, son los “clientes” perfectos. Personas que tienen “algo que esconder” y “pueden hacerlo”. Un lugar seguro.
Las salidas del closet, en cambio, pueden ser muy variadas y sus efectos bastante ambiguos: podemos salir expulsadxs de él por una burla o forzadxs violentamente. También podemos salir por decisión personal, movidxs por múltiples razones que refieren a pensar en una supuesta “liberación”. Lo cierto es que sus efectos son poco claros. La “aceptación”, seguido de un explicito o implicito “no lo cuentes” o la negación que significa seguir diciendole “tu amiga” a nuestra pareja o el ejemplo de suejetxs que han sido despedidxs de sus trabajos por no declarar su orientación sexual antes de tomarlo, y en otras ocasiones han sido despedidxs de sus trabajos por “decirlo”, describe la incertidumbre que connlleva salir del closet.
Es que todavía el sistema no sabe muy bien qué hacer con la sexualidad que no produce y reproduce. No sabe qué hacer con la sexualidad que goza.
¿Qué haremos nosotrxs? Supongo que eso se definirá no sólo por cómo vivimos nuestra sexualidad. Somos sujetxs integradxs, diferentes identidades sociales y políticxs que habitan un cuerpo. La estratégia se definirá en relación a nuestra cosmovisión del mundo y no solo de la sexualidad.
La decisión de salir del closet significa levantarse cada día y volver a salir de allí. La presunción de heterosexualidad es infinita. Por eso la heterosexualidad es una forma de organización social. Un régimen que ha perdurado durante siglos, (naturalizado y no cuestionado, salvo algunas excepciones, ni por sus mismxs actores que no interpelan la monogamia, la exclusividad, la penetración, etc.).
Siempre habrá alguien, el farmacéutico, el verdulero, el taxista, el médico, la docente que presumirá que nuestro interés en su “producto” es heterosexual. Para un marido, un hijo o una suegra. Por tanto si la heterosexualidad es política pura, el closet también lo es junto con todo su manual de uso. El closet es la confortable jaula con forma de burbuja globalizada que se nos impone como alternativa a lo indecibles que somxs. Quien elija estar allí, elije aceptar lo que el “orden” dice que somxs, pero no tiene de que preocuparse, tiene tv por cable, dvd, internet full y un libro lleno de excusas para quedarse.
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