sábado, 4 de agosto de 2007

BARUYERA EN LA UNIVERSIDAD... un aporte de gabriela, la estudiosa de Humahuaca

Equidad de género y sexismo en la enseñanza universitaria. Alcances y consecuencias. Sonia Gonorazky[1] y Verónica Marzano[2] Resumen A instancias del feminismo mundial, la comunidad internacional ha incorporado como temáticas prioritarias la igualdad de oportunidades y la equidad de género. Los Estados impulsan constantemente políticas dirigidas a equiparar lo que a priori aparece como una forma de “desigualdad”: el acceso al pleno ejercicio a todos los derechos (políticos, civiles, económicos y sociales) de las personas, independientemente de su sexo y género. Sin embargo en el campo de la formación científica, a pesar de las políticas educativas y de inserción profesional que estratégicamente han sido implementadas para superar estas desigualdades, la discriminación epistémica y de pertenencia a las comunidades científicas persiste[3]. Lo mismo ocurre, probablemente, en las demás profesiones. Consideramos que el proceso de enseñanza-aprendizaje reproduce efectivamente las categorías de sexo y género que históricamente han contribuido al sometimiento de las mujeres y las minorías sexuales, dificultando la implementación de políticas que realmente contribuyan a la equidad entre los géneros, en pos de una práctica profesional igualitaria. Nos proponemos investigar si los modelos educativos en que formamos profesionales traducen o no en sus currículos explícitos y ocultos la búsqueda de la equidad de género y cuál es la calidad de la educación que brindamos en términos de igualdad real y concreta (y no sólo de oportunidades). A tal fin, recurriremos a imágenes y textos que utilizamos en el CBC, analizándolos a partir de herramientas conceptuales tales como “sexismo” y “heterocentrismo”. La igualdad de oportunidades y la equidad de género constituyen dos de los grandes temas de las agendas políticas de las últimas décadas que, a instancias de los movimientos feministas mundiales, fueron reconocidos internacionalmente como deudas de los estados para con la diversidad de género. Para enfrentar y resolver los problemas sociales que ocasiona esta deuda, la comunidad internacional ha formulado múltiples instrumentos tales como, por ejemplo, la “Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer” (CEDAW), “Los objetivos del milenio” desarrollados por la ONU, o las resoluciones tomadas en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer desarrollada en Beijing en el año 1995. Por su parte, los gobiernos nacionales impulsan constantemente políticas igualitaristas, dirigidas a equiparar lo que a priori aparece como una forma de “desigualdad”: el acceso al pleno ejercicio a todos los derechos (políticos, civiles, económicos y sociales) de las personas, independientemente de su sexo, su género y su opción sexual. La educación no es ajena a este proceso de incorporación de lo que se llama el enfoque de “Género en Desarrollo”. Para hablar de equidad de género debemos primero aclarar qué significa este concepto y cómo lo vinculamos con la educación superior. Según el DRAE[4], equidad es la voluntad de dar a cada quien lo que necesita o merece. En términos de gestión, la equidad es una variable que se pone en juego en situaciones de diversidad. Con la equidad se busca establecer justicia ante condiciones desiguales. Es decir que la equidad es un fin social, un objetivo que una política, organismo o institución se propone lograr para corregir o prevenir situaciones de desigualdades anteriores o potenciales. La igualdad es entonces un meta-valor que subsume a todos los demás valores, pero no un valor traducible en acción. La equidad de género en educación consiste en proporcionar a cada género las herramientas necesarias y suficientes para lograr los fines educativos. NO las mismas herramientas porque, como ya señalamos, igualdad no es sinónimo de equidad. La educación tiene como fin social la equidad. Conviene aquí aclarar que género no es lo mismo que sexo. Género es una categoría social relacionada con procesos de asignación, adquisición y expresión de roles. Sexo es una categoría social que define a las personas según la apariencia de sus genitales y que, a partir de ese hecho, distribuye los roles que materializan el género. Cuando hablamos de “géneros” aludimos a la expresión de género que cada persona desea asumir y/o expresar: femenino, masculino, travesti, transexual, intersex, etcétera. Hecha esta salvedad seguimos adelante con nuestro análisis. Las políticas educativas se esforzaron por lograr una mayor inclusión de las mujeres en la educación formal en todos los niveles de enseñanza y en todas las áreas, persiguiendo el igualitarismo en el acceso a la educación con éxito aparentemente innegable: hoy vemos que las mujeres alcanzan en muchos sectores de la educación altos porcentajes de presencia dentro del aula y, desde el 2005, son las que mayormente alcanzan su titulación de grado[5]. Decimos “aparentemente indudable” porque si analizamos con más profundidad los resultados podemos observar que “algo no está bien” en esta “distribución de posibilidades” que lleva a las mujeres a las aulas universitarias. Esta inclusión ha sido evidentemente sesgada en varios aspectos. Por un lado, en cuanto a las disciplinas en las que las mujeres se han insertado mayoritariamente delimitando áreas feminizadas de las ciencias, como las humanidades, y otras masculinizadas, como las ciencias duras y las agrarias[6]. Por otro lado, y en relación con lo anterior, el acceso a las instancias de especialización profesional y el grado de inclusión de las mujeres en las comunidades científicas: aunque ellas muchas veces son mayoría, no ocupan ninguna posición de poder[7]. Según una investigación realizada por la filósofa Diana Maffia[8], las mujeres científicas no perciben en el desempeño de su trabajo ninguna discriminación por género, naturalizando una situación claramente no igualitaria. La filósofa encuentra la clave de la discordancia entre esta realidad y la forma en que la misma no es percibida, en el sexismo inserto tanto en los “procesos” como en los “productos” de la ciencia. Es decir, lo que ocasiona la ruptura entre ambas es el sexismo que opera tanto en las cuestiones epistemológicas como entre los cientistas y en las organizaciones científicas, invisibilizando la situación desventajosa en que la misma sociedad coloca a quienes no encarnan el modelo de masculinidad hegemónica. Aquí es donde nosotras encontramos eso que sentimos que “no está bien”: En reducir la cuestión a un problema de “accesibilidad” cuando, en realidad, es un problema de equidad. De herramientas para pensar, fortalecer y sostener ese acceso a la educación. Pensar que las políticas de género simplemente intentan “igualar” implica simplificar e invisibilizar factores culturales construidos, repetidos y sostenidos por toda la sociedad durante siglos. Esos factores -que son, esencialmente, un conjunto de prejuicios y mitos que recaen sobre todo aquello que no pueda ser fácilmente equiparable al universal masculino- cristalizan en dos categorías centrales sobre las que se encarna el pensamiento occidental: el sexismo y el heterocentrismo. Los procesos de enseñanza-aprendizaje reproducen en múltiples niveles las categorías de sexo y género que históricamente dan cuerpo a estos prejuicios sometiendo a las mujeres y a quienes no se identifican con el estereotipo de la masculinidad dominante. Los estereotipos representados en las imágenes que se utilizan en la educación, tanto en los materiales didácticos como en los discursos que circulan dentro y fuera de las aulas, constituyen elementos cruciales para comprender la persistencia del sexismo en las ciencias -evidentemente impermeable a los discursos generales que proclaman el igualitarismo- y su invisibilización incluso por parte de las personas afectadas. Creemos que es necesario instalar en el seno de la comunidad universitaria la necesidad de repensar los modelos educativos bajo los cuales formamos profesionales, con la finalidad de investigar si esos modelos traducen (o no) en sus currículos explícitos y ocultos, la búsqueda de la equidad de género. Preguntarnos cómo se refleja esta búsqueda en las técnicas y dispositivos a los que recurrimos en las clases (y fuera de ellas), y también: ¿cuál es la calidad de la educación que brindamos en términos de igualdad? Como sabemos que “para muestra basta un botón”, proponemos analizar algún material didáctico de las materias Física y Biofísica[9], mostrando cómo sus contenidos están impregnados por los conceptos de “sexismo” y “heterocentrismo”, que “naturalizan” la dicotomía sexual y la desigualdad entre las personas. El sexismo se define como el conjunto de todos y cada uno de los métodos empleados en el seno del patriarcado para poder mantener en situación de inferioridad, subordinación y explotación a todo lo semantizado como femenino, creando -en su sentido político- la ficción de un mundo “heterorreal” que trasciende lo humano y lo social instalándose también en los campos de la naturaleza y de lo tecnológico. El sexismo abarca todos los ámbitos de la vida y las relaciones humanas[10]. Monique Wittig, en La categoría del sexo[11], nos dice que usualmente se acepta que, antes de cualquier pensamiento, de cualquier orden social: “Los sexos, a pesar de sus diferencias ´constitutivas´ deben inevitablemente desarrollar relaciones de categoría a categoría. Dado que pertenecen a un orden natural, esas relaciones no pueden ser consideradas como relaciones sociales.” Más adelante, agrega que “Esta concepción que impregna todos los discursos, incluidos los del sentido común, es el pensamiento de la dominación. El conjunto de sus discursos es reforzado constantemente en todos los niveles de la realidad social y oculta la realidad política de la subyugación de un sexo por otro[…]. Ello se plantea así, aunque la categoría de sexo no tiene existencia a priori, antes de que exista una sociedad. En cuanto categoría de dominación, no puede ser el producto de la dominación natural, es el producto de la dominación social de las mujeres ejercida por los hombres, ya que no existe otra dominación que la social. La categoría de sexo es una categoría política que funda la sociedad en cuanto heterosexual.” En este marco, definimos el heterocentrismo como un modelo de organización social que establece un orden de pensamiento que es: i) dicotómico e ineludible, por lo cual la humanidad sólo puede “leerse” con cuerpo de mujer o de varón, y ii) complementario, de modo que la sociedad debe organizarse según estos pares. Estas dos categorías que, como vemos, están absolutamente imbricadas entre si e impregnadas en el imaginario social de todas las personas independientemente de su expresión de género, imposibilitan una representación social de las mujeres como sujetas en idénticas condiciones a los hombres para desarrollar una carrera científica tanto como para sostenerla en el tiempo y ocupar cargos de poder. El mito de la complementariedad de roles, dentro de la ficción de un mundo heterorreal refuerza esa imposibilidad de empoderamiento de las mujeres. Una primera cuestión por demás obvia a revisar dentro del sistema de educación superior si realmente queremos conseguir equidad en nuestras prácticas, es la del supuesto “igualitarismo” que se atribuye al uso del género gramatical masculino como si fuera neutro, invisibilizando la operación simbólica que universaliza sobre una categoría particular de sujeto, dejando de lado al menos a la mitad de las personas. El uso del doble género es una práctica que se preconiza desde hace algunos años, con grandes resistencias en todos los ámbitos, incluso el educativo. Los argumentos para no implementar esta saludable práctica giran en torno a “lo distractivo” o “lo descontextualizado” de la misma, sin que se llegue a comprender el significado de invisibilizar discursivamente a todas las personas que no se identifiquen a sí mismas como masculinas. Otro punto a revisar concierne a los ejemplos con los que se problematiza, ejemplifica o ilustra en clase. Sólo mostraremos dos ejemplos para poder visualizar entre todas y todos lo que se repite interminable y sistemáticamente en los libros de texto: 1) En una situación de encuentro entre dos personas –que no casualmente son una mujer y un varón-, alguien camina más rápidamente que la otra persona, alguien sale más tarde de lo convenido.[12] Nadie se sorprende de que sea Diana, y no Juan, quien camina más lentamente, quien es impuntual. El contenido sexista del enunciado es, otra vez, evidente. Reproduce cada uno de los puntos que antes desarrollamos teóricamente. Complementariedad, naturaleza, roles, disvalor. Podríamos seguir jugando y preguntarnos ¿Por qué Diana sale tarde de su casa? ¿Por qué caminará más lento? Seguramente se nos habrán ocurrido muchas respuestas ordenadas según la “naturaleza” de los sexos (ironía). Esta especie de naturaleza femenina que la hace caminar más lento o salir más tarde son valoradas negativamente en una sociedad donde la rapidez y la puntualidad son actitudes ponderadas positivamente, atribuidas “naturalmente” a los varones y asociadas a la eficacia, eficiencia, y compromiso. 2) El otro ejemplo es extraído de un libro de Física General[13]. En el capítulo de Electrostática se hace una analogía entre la repulsión/atracción entre cargas eléctricas y los vínculos personales recurriendo a sendas viñetas: en una de ellas se “ejemplifica” la repulsión entre cargas de la misma polaridad representando a dos varones en actitudes francamente hostiles y luciendo expresiones sumamente contrariadas; en la otra, que se refiere a la atracción entre cargas de polaridades opuestas, una mujer y un varón se miran y sonríen mientras corren a abrazarse amorosamente. Como vemos el sexismo y el heterosexismo son fundantes de la concepción que tenemos y sostenemos acerca de las personas y sus relaciones. Estas cuestiones están necesariamente pendientes de revisión a la hora de llevar adelante nuestras prácticas como docentes si de verdad estamos comprometidas/os con la posibilidad de un cambio radical que revolucione, para hacernos más felices, este orden sexuadamente establecido. [1] Docente de la cátedra de Física, Depto V, CBC; UBA. E-mail: soniagon@fibertel.com.ar [2] E-mail: veronicamarzano@gmail.com [3] Se cita bibliografía en el texto principal. [4] Diccionario de la Real Academia Española, 22ª edición. [5] INDEC. Dirección Nacional de Estadísticas Sociales y de Población. Dirección de Estadísticas Sectoriales en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares. [6] INDEC. Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001. [7] Diana Maffia, ¿Es sexista la ciencia? http://www.institutoarendt.com.ar/salon/es_sexista_laciencia.PDF [8] Diana Maffia, op.cit. [9] Con “Física” nos referimos a la materia que tiene el código 03 para el CBC. Con “Biofísica” a “Física e Introducción a la Biofísica”, identificada con el código 53. [10] Partimos aquí de la definición del término en SAU, Victoria, Diccionario ideológico feminista, vol. I, Icaria, 3ª edición, Barcelona, 2000 y, nos apropiamos creativamente del concepto, para enriquecerlo con nuestras propias ideas (por eso la definición no va entrecomillada) [11] Wittig Monique, Pensamiento Heterosexual [12] Extraído de la guía de problemas de cinemática del libro Física, CBC, editado por la cátedra. [13] Máximo, Antonio y Alvarenga, Beatriz; Física General, 4ta edición, Oxford University Press.

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