viernes, 15 de junio de 2007
POLAROID 3
Era sábado, Clara y Mariana trataban de no encandilarse con la luz de sol del mediodía, todavía metidas en la cama. Empezaba a hacer frío en Buenos Aires. Clara pensaba en que iba a usar bufanda por primera vez en el año.
Desde que estaba con Mariana, cada acción cotidiana se había convertido en una revelación. No era lo mismo bañarse para ir a la facultad, que bañarse para, después de cursar, ver a Mariana. Igual con cocinar o ir a un recital. O coger. O, incluso, lavarse los dientes antes de que Mariana se despertara, para poder darle un beso mentolado.
Hicieron café, seguían en remera y bombacha. No había motivos para vestirse más. Las ventajas de salir con una chica del interior: siempre viven solas, en Barrio Norte, en departamentos hermosos y, encima, tienen el tupé de no laburar.
Mariana era cordobesa. Estudiaba Comunicación. Era autonomista. Tenía la espalda llena de lunares y una tonada que Clara calificaría de angelical. Se comía las uñas. Usaba el pelo suelto, ondulado. Tenía un aro en la nariz y una flor de calabaza tatuada en la cintura. Era, también, partidaria de las relaciones abiertas.
Se habían conocido en una toma en el Buenos Aires el año anterior. Se habían hecho amigas. Habían estado juntas una vez. Dos. Tres. Todo el verano. Mariana había acompañado a Clara cuando se separó de Ella. Cuando decidió dejar de depilarse. Cuando se inscribió en las primeras materias de Historia. Cuando se compró su primer mate. Esas señales de madurez, como servirte el primer fernet sin que nadie te lo ofrezca, decía la cordobesa. Que, para no faltar a los estereotipos, tenía siempre un Branca en la casa.
Clara sabía que se estaba enamorando. Que habían empezado a estar juntas en un momento muy particular, como quien no quiere la cosa, pero habían pasado más de seis meses desde su primera noche juntas. Lo cierto es que ella no había estado con otra persona. Ni siquiera en Montevideo. Porque no le interesaba. Porque no lo decidía. Porque no le nacía. Por qué iba a estar con otra persona. Si Mariana era todo lo que siempre había querido.
La cordobesa había sido clara desde el principio: la pasamos bien, nos hacemos bien, cuando estamos juntas. Y como una traición del lenguaje, la última aclaración anulaba el resto de la frase. No importaba que se hubieran hecho bien el martes, porque el miércoles, Mariana podía estar con otra persona. Sin que eso hiciera que el jueves, otra vez, eligiera a Clara.
Pero Clara elegía a la cordobesa, todos los días, frente al resto del mundo. En esos seis meses no había dudado de su elección. Pensaba que si Mariana elegía, aunque fuera por una noche a otra persona, no la estaba eligiendo a ella, que sí lo hacía.
El café se tomaba amargo en esa casa. Para dulce está la vida. Sonaba Sabina, Esta Boca Es Mía. ¿Mía?
Bonita, qué pasa.
Nada. Necesito azúcar. Ya vengo.
No sabía si iba a volver. Ya estaba vestida completamente. Tenía su morral. Podía no volver. Irse en busca de una boca que fuera suya.
Mía no, no quiero ser su dueña. Quiero que me elija como yo a ella. Que no sienta que se pierde un mundo. Que nuestro mundo es maravilloso. Ella es tan linda. Tan Mariana.
¿Algo más?
No, es lo único que necesito.
Caminó la media cuadra que había recorrido cinco minutos antes. Volvió sobre sus pasos. Tocó el timbre. Decidida a hablar, por primera vez, en serio con la cordobesa.
Pero si yo te elijo, bonita. Todos los días.
No, todos los días no.
Te estás poniendo caprichosa, sabelo.
Si lo se, lo se. Pero quiero que me elijas a mí, no a mí y a veinte personas más.
Yo te elijo a vos para dormir, para ir a ver a La Catalina, para tomar mate el domingo a la tarde, para compartir libros, para ir a una marcha, para hacer el amor. Para otras cosas el mundo es grande.
¿Qué otras cosas?
Si estás en Ezeiza y te encontrás con una persona que siempre te había gustado y estás con esa persona en el baño. Eso, conmigo, no lo podés hacer, ni soy esa persona ni significaría lo mismo coger conmigo en el baño de un aeropuerto que hacerlo con esa persona X.
No, claro.
Y, en ese caso, qué podría decirte. Lo hecho hecho está, a veces, pese a las partes. Pero ya está. Y si a vos te hiciera feliz esa situación tan particular, esa fantasía llevada a la realidad, no podría enojarme. Si te hace feliz. La idea de estar juntas es hacernos bien. Hacernos felices la una a la otra. A veces una necesita otras personas para estar feliz un rato.
Ahí va, yo con vos soy feliz, no estoy feliz.
No te pongas en lingüista, por favor.
No entiendo qué es eso que necesitás. Vos me llenás totalmente, no necesito a alguien más.
No, bonita, esto no se trata de necesitar algo o alguien. Vos a mí no me necesitás, me querés. Necesitar se necesita el aire, la comida…
Sí.
¿Desde que estamos juntas no pensás en estar con otra persona?
Sí, pensar sí.
La consumación del hecho es secundaria, dijo Cortázar en Rayuela. Una persona no le es infiel a su pareja por masturbarse pensando en otra persona, ¿no? Pero por un rato, su objeto de deseo deja de ser la pareja.
Hay fantasías que no tienen porqué ser llevadas a la realidad.
No, la fantasía de la violación, no. Pero, un trío sí, ¿por qué no? Sino, capaz nunca hubieras estado con una mujer en primer lugar.
Tá. Tenés razón.
Yo no estoy con otras personas porque te soy infiel o porque no te elijo o porque me gustan más otras personas. Sino, porque con vos hago el amor, con vos, tomo mate los domingos, voy al cine, de vos le hablo a mi mamá, con vos construyo.
Clara sonrió. Si hubiera estado en la Grecia sofista, Mariana, habría ganado la discusión. Pero estaba en Barrio Norte, en el departamento C de un primer piso, viendo a una cordobesa con una flor de calabaza en la espalda que la miraba y le decía te amo.
Un silencio. Necesario. Clara necesitaba recordar ese momento para siempre. Nunca le habían dicho te amo y ella nunca lo había sentido.
Te amo.
Se abrazaron. Pusieron Bebe. Sus ojos se centraron en los de Mariana. Estaban tan cerca que el marco de los anteojos de Clara se había transformado en enemigo. La cordobesa tenía un solo ojo, perfecto, casi simétrico, pestañeaba y sonreía con toda la cara. Como un cíclope.
Clara se sentía como esos personajes de comedia romántica de Hollywood que, al final de la película se dan un beso en medio de la calle, o en la playa o en un lugar con mucha gente y la cámara se aleja y empieza a girar alrededor de la pareja que sigue besándose, la gente aplaude y empiezan a bajar, en la pantalla, los títulos. De fondo, una canción pop que, por alguna razón, es importante para quienes se están besando.
Solo que en esa cocina no bajaban títulos ni había gente aplaudiendo. Eran ellas dos, eligiéndose, mirándose a los ojos, sintiéndose en la primera persona del plural.
Aunque pudiera haber otras personas en sus vidas, como había recuerdos de otras personas, también había un futuro proyectándose en ese beso. En ese elegirse. En ese convertirse en cíclopes. En ese decirse te amo y no decírselo a otra persona. En amarse. En dejar de ser potencialmente personas que se aman y amarse en acto. Sentir que sucede, también que, sin saber cómo ni cuándo, algo te eriza la piel y te rescata del naufragio.
Ese sábado no salieron de la casa de Mariana. El mundo que estaban creando entre las dos, desde las dos, con la otra, cada una, era más hermoso que el resto del mundo.
Y, además, ahora hay azúcar para el café.
Ja, te amo.
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